lunes, 15 de abril de 2024

POÉTICA DE OLVIDO GARCÍA VALDÉS

Como hemos hecho muchas veces en el blog con los poetas, en esta entrada dejamos hablar a Olvido García Valdés acerca de su poesía, para tratar de comprender mejor sus creaciones. Estas notas poéticas están tomadas de una antología de sus poemas escritos entre 1982 y 2012, cuya edición en Cátedra corre a cargo de Vicente Luis Mora y Miguel Ángel Lama, y que termina con una selección de textos interesantísimos de la autora en los que reflexiona sobre la escritura y nos desvela algunas de sus claves literarias.

ESCRIBIR, 1

Escribir notas de poética solo sirve para señalar en qué dirección miramos cuando hablamos de poesía. No remite, pues, a los propios textos -que, además, en parte desconocemos por exceso de proximidad-, sino que querría discernir en esas palabras que nos han asombrado o conmovido y que, en prosa o en verso, llamamos poemas (así, por ejemplo, me parecen poemas muchas de las anotaciones del Diario de Katherine Mansfield, y en especial las que corresponden al último año, 1922. Son la necesidad de esa escritura y una rara transparencia las que dan a los textos su naturaleza cristalina e hiriente, a la que solo se llega por despojamiento, por tener que mirar cara a cara los días que se van, disfrutarlos, saborearlos sabiendo que ese pájaro, esa taza de té, esa luz se deslizan hacia lo último. Pues quizá distingue al poema cierta actitud en la escritura, quizá tiene que ver menos con verso o con ritmo e imágenes que con cierta actitud respecto a la escritura, que lo origina; y al efecto de esa actitud quizá pueda llamársele tono).

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El poema es siempre retrospectivo, pero la dilatación lírica se adhiere a la respiración; el pensamiento del poema no procede por análisis sino condensándose, condensándose en asociaciones, en ritmos y montaje. Se trata de un pensamiento perceptivo, intuitivo y lacónico, sensorial.

Algunas prácticas, trabajo de taller: 1) suprimir: suprimir imágenes o nexos innecesarios, decir lo menos posible: con frecuencia la fuerza de un poema no está en lo que dice, sino en lo que calla y que lo alimenta (en las máscaras de algunas tribus de Mali, cuanto más peligrosa es la más- cara, más pequeña es la boca); 2) ahondar en lo rítmico, buscar que se resuelva en lo de verdad respiratorio; 3) vigilar contra los hallazgos, contra lo redondo, contra lo agradecido y esperable.

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El ritmo viene. El ritmo viene con la imagen, fluye; pero se entrecorta o vira en la sintaxis. O lo que es lo mismo: el ritmo no es de la medida, sino de los latidos y la respiración, de la aspereza y el titubeo, de la levedad y la fatiga. El ritmo viene en el poema, con viento en contra y corrientes a favor. El poema va siguiéndolo, ganándoselo.

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La visión que cada poeta tiene del mundo toma como base pulsiones de la infancia; las imágenes o motivos que esas pulsiones van ocupando varían con el tiempo; el ritmo de esa variación semeja una espiral. El arte lo sabe todo del cuerpo del artista, por eso algunos poemas dicen cosas que quien los escribió tal vez no sabía.

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Uno de los móviles de la poesía arraiga en lo amoroso, pero otro tiene su raíz en la violencia, en alguna clase de rabia o intemperancia. Ambos orígenes son manifiestos en Gottfried Benn o Luis Cernuda; también lo son en Rosalía de Castro o Emily Dickinson o César Vallejo. Ambas raíces alimentan lo político.

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El poema, como el paisaje, es lugar donde se nos permite hablar con los muertos; también donde se nos permite sentir el dolor. Ambos se traman de duración, el tiempo ensimismado en la contemplación de la cosa perdida. Así caracterizaba Benjamin el luto.

(En qué consiste la emoción nos lo muestra a veces la falta de emoción. Cuando al oír o leer una frase sentimos que le falta emoción, percibimos que esa ausencia tiene que ver con algo del tiempo; la falta de emoción va unida a alguna falla o excesiva claridad en el sentimiento del tiempo; como si la muerte no hubiera imprimido su huella.)

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Hay una poesía que se podría llamar acumulativa, que ornamenta y ramifica y expande; hay otra que busca más bien mecanismos de intensificación. Si todo arte de decir es un arte retórico, enfermedad por enfermedad -pues la poética es lengua con enfermedad reflexiva- prefiero la anorexia. «... quienes / pasan mucho tiempo solos -constata Djuna Barnes- / terminan teniendo un oído muy fino». Amo, sin embargo, los poderes de la descripción, el poder poético, por ejemplo, de la prosa de los naturalistas antiguos.

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Como las raíces de la infancia, en el origen del poema cuenta la variable de género. Ser mujeres, no hombres, conlleva una historia y una tradición específicas. Recluidas en una muy acotada parcela en la transmisión de saberes, esto ha condicionado el modo de relacionarnos con nosotras mismas y con el mundo. Aún no hemos salido de ahí. Lo conseguido hasta ahora, que no es poco, vista la situación en conjunto, resulta casi irrisorio. La conciencia genérica atraviesa la conciencia individual, y no a la inversa.

Lo cual no impide que un poeta, una poeta sea siempre un animal solitario. Quizá todos sus rasgos deban sintetizarse en ese de la singularidad. Y es, sin embargo, un animal solitario que encuentra su sustento y la posibilidad misma de su existencia en el diálogo que mantiene con otros que han sido, que son como él.

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Este diálogo, me parece, no acepta límites entre los géneros ni entre las artes. A la poesía le aportó tanto la narrativa del siglo (Katherine Mansfield, Juan Rulfo, Franz Kafka, Robert Walser...) como la propia poesía. O la pintura: no solo las imágenes que acompañan, evidente o subterráneamente familiares o afines, sino lo que algunos nombres de la pintura suponen de problematización y apertura de los modos del oficio: la abstracción, la supresión de marcos compositivos esperables, la fragmentación o amputación frente a la contextualización convenida, la extrema intensificación y las formas en que se consigue (Gorky, Luis Fernández), la presencia de lo morboso junto a lo conceptual o nihilista (Malevich), la dosificación de lo secamente conceptual y de lo húmeda o humoralmente corporal: los humores del cuerpo, y el recorte, el tacto de la vista o pensamiento (Klee)...

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Un poema no viene de la mano de la voluntad o la consciencia, se toma su tiempo, espera, aparece o no aparece, fluye a través de lo periférico, lo periférico conforma lo central. En esa fase, el trabajo es subterráneo, algo de lo inconsciente o lo preconsciente cuaja y ello ocurre no cuando uno quiere sino cuando ello quiere. Por ejemplo, durante mucho tiempo supe que para caza nocturna me faltaba un poema que respondiese a lo que yo llamaba pastoral (Pastoral era también el título de un cuadro de Arshile Gorky); ese poema tenía que ver con cierta memoria mía de la infancia, pero no supe escribirlo hasta que no cuajó en la forma de un sueño. 

En una entrevista, Gary Snyder se refería a la meditación con estas palabras: «de hecho, como sabe cualquiera que haya practicado suficientemente la meditación, aquello a lo que se apunta no es nunca lo que se alcanza. Aquello a lo que se apunta no es, curiosamente, lo que se obtiene; la voluntad consciente no puede alcanzarlo. Hay que practicar una especie de distracción cuidadosa, pero en verdad relajada, que permita al inconsciente hacer su propio trabajo de as- censo y manifestación. Sin embargo, en el momento en que uno, alerta, se dispone a apresarlo, se escapa, se desliza hacia el fondo. Es algo muy semejante a lo que ocurre en la caza estática: te detienes en algún lugar en el bosque y permaneces inmóvil hasta que las cosas comienzan a vivir, empiezan a aparecer ardillas, gorriones y conejos que estaban ahí desde el principio, pero que se zambullen en algún rincón cuando se los mira de cerca. También la meditación es así». Como la poesía.

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Los poemas, aun si brotan de la imagen más aérea, más luminosa y diurna, más visible, bucean y avanzan como un pez hacia un espacio propio y silencioso -lo visible y su luz están también allí.

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A veces me acometen crisis de irrealidad; no de identidad, sino de irrealidad; no quién soy, sino si estoy. ¿Dónde vivimos? (El plural acoge a muchos, pero solos.) No dónde se nos ve, se nos encuentra, sino dónde nos sentimos vivir. ¿Qué lugar es ese, semejante a los del sueño en que no es el de la vida real? Hay estratos ahí, no de profundidad, sino de coloración, de presencia de ciertas afecciones.

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Sin perder de vista las palabras de Manuel Altolaguirre: «duerma y descanse el hombre, beba su vino en paz, cante y olvide, que yo también tengo mi rincón de miseria, para amodorrarme».

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De los mecanismos lingüísticos, el que mejor identifico como propio es, en un sentido amplio, el de la yuxtaposición. Es el tropo del cine y de la vida: ella, los pájaros. La extrañeza y el sentido proceden de ese trabajo de montaje que nuestra percepción realiza de modo natural. La metáfora, en cambio, es algo que en lo que escribo me cuesta reconocer. En este sentido, considero mi escritura realista, quiero decir literal. El brillo o la fulguración sombría de una metáfora pasan en todo caso por esa literalidad.

lunes, 8 de abril de 2024

POÉTICA GLORISTA

Gloria Fuertes fue una escritora prolífica que escribió mucho también sobre poesía. En el blog ya hemos hablado de algunos de sus poemas en los que reflexionaba sobre la poesía, o sobre su poesía pacifista o  sobre el componente autobiográfico de muchos de sus poemas. Comparto ahora con los lectores del blog esta recopilación de textos (declaraciones, extractos de sus ensayos,...) para acotar su poética y entender mejor su forma de escribir (sus temas preferidos, sus ideas sobre la poesía, su estilo, su propósito estético,...). 

He entresacado la recopilación de El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida, una deliciosa obra de Jorge de Cascante que ilumina la vida y la obra de la poeta con muchísimos textos, fotografías y toda clase de documentos. La lectura de este libro es, sin duda, una estupenda forma de zambullirse en el personal mundo de la autora madrileña y entrar en contacto con su poesía.


Poética Glorista

 

De cómo escribió Gloria lo que escribió (en sus palabras)

 

¡Hola, chicos! Soy Gloria Fuertes. Nací en Madrid hace poco tiempo... comparado con lo que viven las tortugas. Aprendí a inventar antes que a escribir. Fui algo desastre en la escuela -se me daban fatal las matemáticas- pero todos me querían porque los hacía reír. A los diez años una amiga y yo editamos un tebeo que se llamaba El Pito, y como yo era la directora publiqué allí algunos de mis primeros cuentos. Fui de las primeras chicas que jugaron al fútbol -de extremo izquierda en el Butapercha Fútbol Club—, pero después me dio por ser escritora. He volado sobre el océano más de seis veces. Sé cómo tienen el pelo los negros y cómo se mueven los chinos, son todos muy guapos. He conocido a canguras, a camellos, a gatos, a monos, a pulgas y a ogros (pero de los buenos). Entre viaje y viaje escribo libros. De todos mis libros, el que más me gusta es este que tienes en las manos.

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De pequeña me imaginaba que los poetas eran siempre bichos raros, pero ya de mayor he visto que son -somos- como las personas corrientes, sólo que un poco más tristes.

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Cuando empecé a escribir, de niña-adolescente, como no había leído nada, mi primera poesía no tenía influencias. Empecé a escribir como hablaba, así nació mi propio estilo, mi personal lenguaje. Necesitaba decir lo que sentía, sin preocuparme de cómo decirlo. Quería comunicar el fondo, no me importaba la forma, tenía prisa. Luego he leído y leo a otros poetas, pero no pienso que me hayan influido, pienso que sigo como entonces: huérfana e independiente.

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Mi obra, en general, es muy autobiográfica. Reconozco que soy muy Yoísta. Quizá -incluso- muy Glorista. Lo que a mí me sucedió, sucede o sucederá, es lo que le ha sucedido al pueblo, lo que nos ha ocurrido a todos, y el poeta sabe, más o menos, mejor o peor, contarlo. Necesita decirlo, porque necesitáis que lo digamos. Este cantar -o contar- mi vida en verso lo destaco valiente en mis múltiples autobiografías poéticas, que son más o menos biográficas y más o menos poéticas.

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A veces mis versos son mejores que yo, pero yo quiero ser mejor que mis versos. Cada poema que escribo es una radiografía de mí. Si queréis a mi poesía me queréis a mí. Una vez tuve que dejar a un amor mío porque no quería a mis versos.

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Me di cuenta allá por los cuarenta de que el Dadá no era nada. Fui surrealista por el placer de liberar la imaginación de todo freno hasta que descubrí que podía escribir con total libertad sin ser surrealista ni postista ni nada. Y de ahí nació mi estilo. 

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Hay poemas técnicamente perfectos que no dicen NADA. Hay otros que parecen descuidados de forma, pero que dicen TODO. Podéis escoger a vuestro gusto. El ideal es que el poema sea perfecto en fondo y forma. Si esto no es posible, escojo siempre los poemas que nos dicen ALGO

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Para conseguir conmover y sorprender al lector hace falta pillarle por sorpresa. Por esto ya en mis primeros libros fui escribiendo poemas muy breves. Mini-poemas, momentos. Mi libro Sola en la sala supuso la máxima expresión de esa idea, logré concentrar toda la esencia de mis sentimientos en el menor mero posible de palabras. Exprimí la idea y obtuve el zumo, el tuétano de mi poesía. En una época en la que, como curiosidad, yo sólo me alimentaba de zumos... y otras bebidas.

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Quiero que todos los poetas hagamos un arte útil, necesario. Que llevemos nuestros libros al pueblo y no a cuatro intelectuales, liricoides, técnicos-críticos, fríos o ñoños.

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Yo no sé si mi poesía es social, mística, rebelde, triste, graciosa o qué. Quiero -y me sale sin querer- escribir una poesía con destino a la Humanidad. Que diga algo, que emocione, que consuele o que alegre. Otras veces, al señalar lo que pasa, denuncio o simplemente aviso. No sé la carga poética que arrastran mis versos, lo que sí sé es el amor del que nacen. Yo escribo con corazón y a lápiz, como otros escriben con bolígrafo o a máquina. Si esto es poesía social, que baje Dios y lo vea.

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En mi poesía el tema que más me interesa es el dolor. El dolor en mí y en los demás, por este orden egoísta. Después, el amor. En tercer lugar, lo contrario del amor: las injusticias, las guerras y los bichos.

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Soy de ese tipo de persona que -buena nos ha caído- parece que no está haciendo nada, sentada siempre mirando al vacío, pero que dentro de ella se encuentran rascacielos infinitos en construcción. Rascacielos que, pasado un tiempo, asoman, salen a la luz. Escribo porque no sé hacer otra cosa.

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Ahora una minoría vendrá a catalogarme, a encasillarme literaria o sociológicamente. La etiqueta se me desprenderá con el sudor de mis versos. Y si me encasillan, me escapo.

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La poesía es lo más. Es un misterio absoluto. Quien escribe poe- sía es un elegido. Poesía es decir lo máximo con lo mínimo. Es emocionar, alegrar, mejorar. Es un agua benéfica que por donde pasa te moja. La poesía ayuda, acaricia y, sobre todo, pellizca. Hay que ser poeta en todo y para todo. Hay mucho técnico, pero poco poeta.

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No es todo hacer una poesía para el pueblo, sino un pueblo para la poesía. Por eso escribo para el niño y para el adolescente, que pronto serán ese nuevo pueblo decente.

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Para leer bien mis poemas primero les pongo palabrotas entre medias (Pienso mesa, cojones, y digo silla | compro pan y me lo dejo, ¡coño!) y luego se las quito, y lo que me queda es lo que leo. Pero el recuerdo de los tacos sobrevuela la lectura. Si un poema mío vale diez, cuando yo lo leo vale once. Yo no recito mis poemas, que quede claro. Yo los leo.

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Poesía cotidiana debe ser: "al pan, pan y al vino, vino" (pero con belleza, que para eso es poesía). Algo directo, emotivo, con gracia. Demostrar que cualquier sentimiento, idea, tema o cosa, tiene Poesía. Cuando la Poesía es clara, viva, jugosa -sin salirse del tiesto-, escrita con emoción y con gracia, es cotidiana y útil como un traje barato de diario. Cuando la Poesía es así, llega a los superfinos, a los críticos, a los catedráticos y llega incluso (¡milagro!) a la gran mayoría, a toda la gente sin educación ni cultura, porque para sentir lo poético no hace falta ser bachiller. No es un problema de educación, existe cierta poesía con la que puede llorar o reír un completo analfabeto. Os lo digo por experiencia propia.

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Servidora es estajanovista del verso. A diario saco de dos a tres poemas de la mina (del lápiz) en una cómoda jornada de horas. Claro que no los pulo -no limpio el polvo ni hago mi cama-. Una sirena muda me recuerda que tengo la nevera y la tripa vacías. A veces hago un alto en el trabajo y atiendo al insistente teléfono, según quién sea, me tiro una hora -para que el interlocutor no se tire un tiro-. Nadie me prohíbe hablar por teléfono durante la jornada -no robo al estado, pago mis facturas-. Soy mi jefe de personal, mi director, mi guía. Un trabajador libre del libro. Un silencioso estajanovista.

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La poesía es como el hipo. Me da, no sé cuándo ni por qué, y tampoco sé pararla. Escribo mientras me dura. Cuando escribo es como si entrase en trance. Cualquier otra cosa que haga en mi vida la medito más que la escritura. Parece que me dictan y que yo sólo soy un instrumento. Cuando alguna vez me he puesto a corregir un poema, siempre me ha quedado peor que el original, y he comprendido la fuerza poética que tiene la intuición. No soy nada crítica con lo que escribo, me gusta casi todo. Mi poesía está hecha de un tirón.

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Mi poesía no es paisajística. Yo si canto al mar canto a un hombre que va en una barca. Si canto al monte canto a un pastor que hace un fuego en una chabola. El ser humano es mi protagonista. No puedo cantarle a la luna si no hay personas en ella. Y no es que no sea romántica, es que lo soy demasiado. Amo a las mujeres y amo a los hombres, aunque no se lo merezcan.

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A algunos poetas les pasa lo mismo que a los niños de un año: que son muy buenos pero no se les entiende nada. Hoy más que nunca el poeta debe escribir claro, para todo el mundo. Que se le entienda. Y si no le sale, que lo rompa y vuelva a intentarlo.