viernes, 27 de marzo de 2015

¡ARRIBA EL TELÓN!

Carta de amor a Mary se
incluye en esta recopilación
de piezas breves
Para conmemorar el Día Mundial del Teatro os presento esta breve obra, Carta de amor a Mary, de José Luis Alonso de Santos, uno de los grandes autores teatrales españoles de los últimos años. La guerra, el amor, el sentido de la vida y la muerte son los temas sobre los que hablan sus dos protagonistas, soldados víctimas de un sistema que todo lo reduce al absurdo.


CARTA DE AMOR A MARY
(La guerra. Un soldado avanza arrastrándose hasta llegar a un refugio en una trinchera, donde dormita en un camastro otro soldado. Es noche cerrada y se ven, a lo lejos, resplandores de explosiones de bombas. Durante toda la escena se escucha ruido de guerra. Los dos soldados son americanos del norte Made in USA, y se llaman Mac Key junior y Joe Smith, lógicamente.)
MAC.- (Entra fatigado.) Hello, Joe.
JOE.- (Medio incorporándose.) How do you do, Mac? ¿Cómo ha ido esa guardia?
MAC.- ¡Fatal, Joe! Han caído Sandy, Bob y el cabo Johnson. Y hace un frío ahí fuera que no lo aguanta ni un mormón de Utah, por muchas mujeres que tenga encima. (Se sopla sus manos heladas.) ¿Por qué no harán las guerras en verano?
JOE.- (Le da una manta.) Toma, tápate. Ahí hay café si quieres. (Enciende una luz de campaña y le alcanza la cafetera.)
MAC.- Thanks, Joe. (Bebe.) Está frío.
JOE.- Se ha acabado el fuego.
MAC.- (Deja el café.) ¡Estoy desmoralizado, Joe! ¡Perdona que te lo diga, pero estoy desmoralizado! Sandy, Bob y el cabo Johnson se me han muerto encima. ¿Tienes un chicle, please?
JOE.- Se me han acabado. Toma, te daré medio del mío. (Se saca el chicle de la boca y le da medio.)
MAC.- (Mascando.) No sabe a nada.
JOE.- Está muy usado. Me lo pasó ayer el cabo Johnson.
MAC.- (Se lo saca de la boca y lo mira filosófico.) Lo que es la vida, Joe. Ayer masticaba este chicle el cabo Johnson, y hoy está muerto y lo masticamos nosotros. Johnson era un buen muchacho, aunque fuera de Minnesota. You know, le llevaré este chicle a su vieja con sus cosas. Fue lo último que masticó.
JOE.- Son cosas de la guerra, Mac. Qué le vamos a hacer. Come on Mac, descansa un rato. Tienes muy mala cara.
MAC.- Estoy muy desmoralizado, Joe. Sandy, Bob y el cabo Johnson se me han muerto encima.
JOE.- Ya me lo has dicho, Mac. ¿Dijeron algo?
MAC.- ¿Quién?
JOE.- Ellos, que si dijeron algo antes de...
MAC.- Tacos. Sandy dijo primero algo de su madre, y luego ya tacos. Los otros tacos directamente. Sandy algo de su madre... y tacos...
JOE.- Mac, repites las cosas, you know. Repites siempre muchas veces las cosas. Y eso no es bueno. (Se tumba en su camastro.)
MAC.- ¿Tú no echas de menos a tu madre?
JOE.- Sí, mucho. Sobre todo por las mañanas.
MAC.- ¿Y a tu novia?
JOE.- También mucho. Sobre todo por las noches. Hey Mac, estás tiritando.
MAC.- Es del frío. Es lo peor de la guerra, you know, que no vengan las mujeres con nosotros. ¿Te imaginas? Yo vendría ahora del puesto y mi madre me tendría preparado café caliente y no esto (Tira el café.) ...y tarta de manzana. ¡Y Mary! ¡Que estuviera también esperándome! Me abrazaría, y la guerra sería más soportable. ¿Por qué venimos nosotros solos a la guerra, Joe? ¿Por qué no traen a las mujeres con nosotros?
JOE.- No lo sé. Me imagino que sería un lío. You know, habría que traer también a los niños, al perro, el vídeo, la televisión... Sería peligroso, ¿ok?
MAC.- ¿Peligroso? ¡Sandy, Bob y el cabo se me han muerto encima y ni siquiera habían desayunado! Si al menos hubiesen dormido ayer con sus mujeres, si hubiesen tomado sus corn-flakes, sus huevos con beicon... you know y sus hijos les hubiesen dado un beso antes de salir de patrulla, se hubiesen muerto decentemente, ¿ok?, y no así. ¿Qué hacemos los hombre solos en la guerra mientras los demás están en sus casa viendo la televisión?
JOE.- Sí, Mac, tienes razón, ¿ok?. Es duro ser hombre. Sobre todo cuando hay guerra.
MAC.- (A gritos, un poco ya fuera de sí.) ¡Se lo voy a decir a mi capitán! ¡Que me traiga a Mary, mi dulce Mary, mi querida Mary! ¡Sueño con ella a todas horas! ¡La quiero, la necesito...!
JOE.- Una mujer es lo más hermoso que hay en el universo. You know, Dios hizo un buen trabajo cuando las creó. Se esmeró. (Descubre algo de pronto.) Oye Mac, debajo de ti hay sangre..., un charquito.
MAC.- Mirando.) Pues sí, es verdad. No me había fijado. ¿De quién es?
JOE.- No lo sé, Mac. Antes no estaba ahí. Antes de que tú vinieras, quiero decir. (Se acerca a él.)
MAC.- Pues hay mucha. (Se mira.) Parece que baja por aquí, por la pierna.
JOE.- ¡Dios mío, Mac! ¡Estás herido!
MAC.- (Quitándose la ropa y mirando.) No noto nada...
JOE.- ¡Aquí! ¡Tienes un agujero en este lado! ¡Y otro más abajo! ¡Mac! ¡En el estómago tienes otro boquete grandísimo! ¡Oh, my God, Mac! ¡Qué te ha pasado!
MAC.- (Se agarra el estómago y cae de rodillas, gravísimo de pronto al ver sus heridas.) ¡Voy a morir, Joe! ¡Estas heridas son malas, you know! ¡Lo noto por dentro! ¡Estas cosas se saben! (Tose.)
JOE.- ¡Voy a llamar a los sanitarios!, ¿ok?
MAC.- ¡No! ¡Espera!, ¿ok? ¡Antes quiero dictarte una carta para Mary! ¡Mi última carta, you know! ¡Luego ya no podré!
JOE.- Ok, Mac (Coge papel y bolígrafo.) Lo que tú digas.
(Joe copia entre lágrimas las entrecortadas palabras de su agonizante compañero, mientras suena una música patriótica yanqui que da una nota de color a la patética escena.)
MAC.- My dear Mary, dos puntos. Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo, lo normal en caso de guerra, muriéndome. Quiero que sepas que te he amado siempre, baby, diga lo que diga tu madre. Desde pequeños, cuando jugábamos a médicos en el cobertizo, Mary. No podremos hacer el viaje de novios a caballo por Texas, como siempre soñé, ni podremos montar el MacDonalds en la esquina de Main Street, como tanto deseabas. Dile a mi madre que no le escribo porque, aunque la quiero, no sé qué decirle. Si me dan una medalla por morirme, haces una copia para ti y a ella le das el original. Al fin y al cabo es mi madre. Da recuerdos a tus padres, a tus hermanos, a tus tíos y demás familia. ¡Qué duro es morir lejos de ti, Mary y de la dulce patria! Se despide de ti para siempre con un beso, este tu novio que lo fue, Mac Key Junior.
JOE.- (Repite mientras copia.) "...que lo fue, Mac Key Junior". ¿Algo más, Mac?
MAC.- Postdata: "Mary, siempre has creído que era tartamudo, y no es verdad. Sólo tartamudeaba contigo, del amor que me entraba cuando me mirabas. Con los demás hablo normal. Pregúntaselo a cualquiera. Otro beso póstumo. I love you".
JOE.- Está todo, Mac. ¿Quieres algo más?
MAC.- No. Ahora sólo quiero decir unos cuantos tacos antes de... ¡Cabrones! ¡hijos de puta! ¡Maricones!...
JOE.- (Zarandeándole en sus brazos.) ¡Mac! ¡La dirección, Mac! ¡Que no me has dado las señas donde tengo que mandarla...! ¡Mac...! ¡Mac...!
(El ruido de las bombas ahoga las últimas palabras de Joe Smith, con el cadáver en sus brazos de su amigo y compañero de armas, Mac Key Junior. Oscuro)

viernes, 20 de marzo de 2015

«LAZARILLO DE TORMES»: NOVELA PICARESCA, NOVELA REALISTA, NOVELA MODERNA

Ahora que estamos terminando de leer Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, la lectura de este trimestre, es necesario que concretemos la importancia de esta breve novela en la historia de la literatura. 
Cuando se publicó en 1554 los lectores de la época advirtieron que estaban ante una nueva forma de narración: ni los hechos narrados, ni los personajes, ni el marco escénico, ni el tipo de narrador, ni la lengua, eran los propios de las narraciones que triunfaban entonces (los libros de caballerías, los libros de aventuras sentimentales, los libros de pastores,...). Con el Lazarillo de Tormes no sólo surge un nuevo género narrativo, la novela picaresca, sino que la obra supone el comienzo de la novela realista europea y el inicio de la novela moderna.

La novela picaresca,  que se constituyó cuando Mateo Alemán decidió escribir en 1599 Vida del pícaro Guzmán de Alfarache, siguiendo la temática, la estructura y la forma de Lazarillo, se caracterizará por estos rasgos:
  • Es una narración en primera persona de la vida y desventuras desde niño de un pícaro.
  • El pícaro es humilde y tiene unos padres sin honra; es astuto, taimado y sin escrúpulos; y urde tretas ingeniosas para sobrevivir.
  • La narración se organiza en episodios en los que va sirviendo a distintos amos y en los que se van alternando fortunas y adversidades, y está destinada a explicar un estado de deshonor que se acepta o supera al final.
  • La obra rezuma una fuerte carga crítica contra las costumbres y la sociedad de su tiempo, para lo que emplea una lengua llana y directa.
Lazarillo de Tormes de
Francisco de Goya
En la novela hallamos reflejado el mundo de la realidad (personajes, hechos, espacios, tiempo) contemporánea del anónimo autor. Las fronteras entre realidad y ficción se borran de tal manera que la obra se lee «como si» se tratara de una historia verdadera. Es el comienzo de la novela realista. Los hechos narrados en el Lazarillo ya no son imaginarios ni fantásticos, ya no son aventuras amorosas idealizadas. Lázaro sufre hambre, golpes, engaños, burlas, explotación. La narración de su vida, entre fortunas y adversidades, es muy distinta a la de los héroes narrativos de la época: caballeros andantes, gentiles guerreros, refinados pastores, aventureros intrépidos,...  En la novela se hace por primera vez protagonista de un relato a un personaje humilde, a un antihéroe, a un pícaro que va prestando servicio a distintos amos (un ciego, un clérigo, un escudero,...). De la misma forma, el tiempo cronológico y el espacio físico son bien concretos, los del autor: la Castilla de la primera mitad del siglo XVI. Nada de ámbitos imaginarios, extraños, ilocalizables en el espacio y el tiempo.  Y todo ello narrado por el protagonista en un estilo llano, directo y sin artificios, salvo en el prólogo. «En este grosero estilo escribo», nos dirá Lázaro, pues él es un sujeto humilde y esa es la forma coherente de narrar para alguien como él, tan alejada de la lengua refinada de los relatos sentimentales, pastoriles o caballerescos. Así pues, el relato autobiográfico está igualmente al servicio de la ficción realista, de hacer más creíble lo que se cuenta.

Lazarillo de Tormes significa también el arranque de la novela moderna, que se caracterizará por que los personajes se van haciendo y cambiando según las circunstancias de su vida. Para que «se tenga entera noticia de mi vida», Lázaro nos va contando todo lo que le ha ido ocurriendo desde su infancia y cómo se ha ido transformando el ingenuo niño en un adulto que llega a consentir su presente estado de deshonra que está en boca de todos los habitantes de Toledo. Esta evolución del personaje y la desaparición de las fronteras entre realidad y ficción, ya comentada, hacen que Lazarillo de Tormes sea una obra de capital importancia en la historia de la literatura española y universal.
Todo esto justifica que la obra nos haya acompañado en las últimas semanas y que nos haya ayudado a descubrir cuál es el origen del género novelístico que tanto gusta hoy a los lectores del siglo XXI.

jueves, 19 de marzo de 2015

EL ECLIPSE

Por si mañana no se puede apreciar el eclipse en condiciones, porque parece que va a estar nublado, os dejo el magistral microrrelato de Augusto Monterroso «El eclipse», escrito en 1952. En este cuento, además de sus valores literarios, podemos ver cómo se confrontan dos actitudes  ante el conocimiento de los fenómenos de la naturaleza: la occidental, que representa el fraile español, y la que sostienen los indígenas mayas. La primera se cree superior y desprecia todo lo que no sea propio; la segunda, fruto de un aprendizaje distinto pero igualmente válido, no se deja avasallar por la otra e impone su criterio. Toda una lección de dignidad.

EL ECLIPSE
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Eclipse de agosto de 1999,
similar al del 20 de marzo
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
      —Si me matáis —les dijo— puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

lunes, 16 de marzo de 2015

EL VERBO, NÚCLEO DEL PREDICADO

La oración tiene dos constituyentes básicos: el sujeto y el predicado. El sujeto es siempre un sintagma nominal; el predicado adopta la forma de un sintagma verbal formado por un núcleo que es siempre un verbo (en forma simple o compuesta, en voz activa o pasiva, en forma de perífrasis verbal o como locución verbal) y unos complementos que precisan o modifican su significado. 
Desde el punto de vista morfológico, el verbo es la palabra variable que consta de un lexema o raíz y unas desinencias que indican persona, número, tiempo, modo y aspecto.
Desde el punto de vista semántico, el verbo es la clase de palabra que sirve para expresar acciones, procesos o estados.
Desde el punto de vista sintáctico, el verbo es la única palabra que puede realizar la función de núcleo del predicado.
En la presentación que os dejo a continuación se puede profundizar en todo lo que tiene que ver con las distintas formas verbales: la conjugación verbal, las formas personales y las formas no personales, los modos indicativo, subjuntivo e imperativo; los distintos significados de los tiempos y aspectos; la formación de la voz pasiva; las perífrasis verbales y las locuciones verbales.


lunes, 9 de marzo de 2015

BUERO VALLEJO EN LA CÁRCEL

Buero Vallejo luchó durante la guerra civil en el bando republicano. Al finalizar la contienda fue encarcelado, procesado y condenado a muerte. Estas experiencias influyeron de manera decisiva en su vida y en su obra. Os dejo un fragmento de una entrevista que concedió al profesor Mariano de Paco en la que habla extensamente de sus vivencias en la cárcel y de cómo estas alimentaron su obra, especialmente La Fundación que estamos ahora leyendo.


[...] -Tras la estancia en ese campo de concentración (Soneja, Castellón), regresa, pues, a Madrid, donde es encarcelado y después procesado y condenado a muerte...
-Se nos había ordenando que nos presentásemos de nuevo a las autoridades. Yo estuve en una larga cola para ello, pero, ante la noticia de que nos iban metiendo de nuevo en campos, me volví a casa sin presentarme. Salía poco, pero no tardé en enlazar con compañeros de la guerra y empecé a trabajar con ellos en la reorganización del Partido, facilitando avales ficticios, imitando los sellos de caucho, etc. Al cabo de un tiempo sobrevino la previsible delación y nos fueron apresando a todos. En el juicio, a seis de nosotros nos condenaron a muerte. Cuatro de las sentencias fueron cumplidas; a dos nos conmutaron la pena por treinta años, que se fueron rebajando hasta salir a los seis años y medio en libertad condicional.
-Sigue un penoso peregrinar por prisiones y penales (Conde de Toreno, Yeserías, El Dueso, Santa Rita, Ocaña) ¿cómo fueron aquellos años?
En el penal de El Dueso en 1942. Buero Vallejo
 es el primero por la izquierda.
-Sería largo de contar... Naturalmente, hambre; a veces incluso piojos. En Toreno, la despedida de los numerosos compañeros que sacaban muchas noches para morir, mientras yo esperaba lo propio. Diversas clases en el patio; yo di charlas de arte. Nos trasladaron a Yeserías cuando clausuraron como prisión aquel antiguo convento. Un mes, poco más o menos, en la que hoy es cárcel de mujeres. Yo ya estaba conmutado. Allí vi por última vez a Miguel Hernández, a quien habían trasladado meses atrás a Palencia y que ahora llevaban a Ocaña. Estaba en la galería de transeúntes y, burlando la vigilancia, algunos amigos fuimos por separado a saludarlo. Más aún que Toreno, aquella prisión era incómoda: cuarenta y cinco centímetros de ancho para dormir, a cada uno. Que yo recuerde, Yeserías no tenía su canción; cada cárcel había creado la suya. La de las Comendadoras repasaba en broma las diversas condenas. Aprovechando contactos fortuitos las intercambiábamos. Toreno tuvo la suya: «A Conde de Toreno / me trajeron atado. / Aquí estoy encerrado / y duermo en un rincón. [...] Si esta es la 'paz honrosa', / qué le vamos a hacer...». Todas eran descarnadamente humorísticas y bastante mediocres, pero sería curioso recopilarlas y precisar las melodías populares en que se apoyaban. Temo que ya sea tarde... Nos distraíamos como podíamos. Yo jugué bastante al ajedrez, y en Toreno recibí algunas clases de análisis combinatorio, del que ya no me queda ni la menor noción. No tardaron en trasladarme desde Yeserías al Dueso, donde estuve unos tres años. Aunque con cierta libertad de movimientos en colonia tan vasta, permanecí voluntariamente los tres en el Departamento de Período (o sea, el celular), un tanto asqueado de ver cómo muchos gestionaban en cuanto podían su traslado a cualquiera de las más soportables galerías colectivas, olvidando ciertos deberes. Algunas hondas amistades   se enlazaron por entonces; por ejemplo con el hoy ya anciano poeta José Romillo, persona bonísima con quien tanto he paseado después en Madrid. Del Dueso recuerdo, sobre todo, a «los de la manta» (por las dos que facilitaba a cada uno la Administración al haberse quedado sin ninguna ropa o haber vendido la que les quedaba en el inevitable y mísero mercadillo negro para comprar algo en el economato): era un esquelético grupo de presos en quienes, viéndolos pasar desnudos hacia las duchas, vimos ya lo que después hemos visto en películas de los campos nazis: culos cóncavos en vez de convexos, brazos y muslos caos casi reducidos al hueso y la piel... De ahí me trajeron a la Prisión de Santa Rita, un antiguo reformatorio madrileño en el que estuve como un año y donde volví a encontrar a Narciso Julián, aquel magnífico camarada del Dueso, y donde conocí a Manuel de la Escalera, escritor de excelente prosa y pésima suerte que aún alienta hoy, con más de noventa años, en su Santander. Un año más pasé todavía en el Penal de Ocaña, donde organizamos un plante por la pésima comida, que nos llevó a celdas de castigo a más de la mitad de los reclusos, pero que le costó el puesto al director del establecimiento (y que nos deparó, claro, un sustituto mucho peor)...
-En algún momento del año y medio que permaneció Vd. en Conde de Toreno participó en un intento de fuga que hace pensar en La Fundación...
-Aquel lejano intento de fuga en Conde de Toreno me inspiró, es cierto, algunos aspectos de La Fundación. No todos los condenados a muerte pensábamos fugarnos, pues veíamos no menos oscuras las perspectivas en el exterior, pero yo y otros ayudamos a los preparativos. Después no hubo ocasión de nada porque, terminado el túnel en el calabozo inferior, los tres que lo ocupaban decidieron marcharse solos, sin avisar. Sólo uno de ellos era «político»: un guerrillero sin la menor esperanza de conmutación. Éste había seguido adelante el plan para salvar a  sus compañeros; pero los otros dos, presos comunes, resolvieron marcharse y él tuvo que hacerlo también.
-En esa misma prisión estuvo con Miguel Hernández y dibujó su conocido retrato. En El Dueso coincidió con Rivas Cherif. ¿Qué relación tuvo con ellos?
Retrato de Miguel Hernández
realizado por Buero Vallejo
-Miguel y yo intimamos mucho entonces. Yo sabía muchas canciones de guerra; él me enseñó todavía dos o tres más. Taciturno unas veces, expansivo y chistoso otras, conversamos a menudo acerca de poesía, de libros; y, cómo no, de política. Tradujimos juntos de algún libro francés, lengua que él conocía algo mejor que yo. Y me honró susurrándome, de vez en vez, algún poema suyo quizá terminado en aquellos mismos días. Era una persona admirable, de una delicadeza exquisita y de una radical hombría de bien. A Rivas lo conocí en El Dueso. Llegó en expedición colectiva y no tardó, como ya había hecho en su anterior penal, en organizar un cuadro teatral con el que representó, mediante adaptaciones inevitables por la escasez de muchachos aptos para papeles femeninos, El alcalde de Zalamea, Los baños de Argel, La vida es sueño, El divino impaciente, Espejo de grandes, La luna de los Caribes de O'Neill, y otras que no recuerdo. Tampoco él salió del Departamento celular, pero ocupaba con sólo otro recluso una de las celdas privilegiadas de la planta baja, siempre abierta, que la dirección concedía a «destinos» o a reclusos de actividades especialmente relevantes que tenían permiso de libre y total circulación. Hablé con él mucho y admiré su labor escénica; asistí de vez en cuando a ensayos de lo que montaba, labor que me encantaba presenciar. No me decidí sin embargo a entrar en aquel cuadro artístico, pese a que él me lo propuso, a causa de ciertos escrúpulos y dudas personales que ahora no hacen al caso, y sospecho que no me lo perdonó. Años después y los dos ya en la calle, asistí a la obra que estrenó en el Lara, La costumbre, que no tuvo éxito. En una acera de la Gran Vía me lo encontré más tarde, nos saludamos, le dije que estaba escribiendo teatro y se ofreció en el acto a estrenarme alguna obra que le gustase. No muy convencido, convine con él una lectura. El día en que me presenté en su casa, la portera me informó de que Rivas había tenido que salir y había encargado que le dejase la obra a ella, sin dejar él nota o excusa personal alguna. Quizá pensó que mis ansias de estrenar pasarían por encima de estas cosas, pero mis ansias eran escasas. De modo que me volví a mi casa con la obra y le puse unas atentas líneas excusándome yo y encareciéndole que no deseaba causarle molestias. No hubo respuesta, pero tal vez la respuesta fuesen las líneas que me dedicó en las memorias que más tarde publicara en México y que yo leí en Ibérica, y en las que, convirtiendo su valiosa pero confortable labor teatral del Dueso en esforzada virtud solidaria, tildaba a mi voluntaria permanencia en Período para mantener actividades que él no ignoraba, de medrosa comodidad. A veces me pregunto si el éxito teatral por mí obtenido en España, y que él intentó alcanzar nada más salir a la calle sin lograrlo, no tuvo algo que ver con esta reacción. O tal vez se debiera, simplemente, al deseo, lógico en el exilio, pero tan injusto no pocas veces, de denostar cuanto se hiciese en «la España franquista», de la que él me declaraba dramaturgo mayor. ¡Cuán lastimoso ha sido todo esto!... ¡Y cuán frecuente!
-¿Pensó, durante los ocho meses en los que estuvo condenado a muerte, que iba a cumplirse la sentencia? Después, sin embargo, llegaron la conmutación de la pena y la libertad condicional con destierro...
-Así es. Salí de Ocaña -donde ya no estaba Miguel Hernández cuando yo fui; había muerto en Alicante años antes- con destierro, pero ya sin aquella crudelísima norma, general anteriormente, de sufrirlo a cientos de kilómetros del lugar del «delito», que en la práctica solía identificarse con el de tu residencia prebélica. Así que me fui a Carabanchel Bajo, entonces no adscrito a Madrid. Lo cual significaba, de hecho, dormir allí y pasar el día en la capital, comer en mi casa... Me hice socio   del Ateneo... ¡Ah! Por supuesto que, en Toreno, había creído como lo más probable que me ejecutasen. Y era lo más probable. Creo que otro compañero de expediente y yo nos salvamos por un pelo. En más de una ocasión creímos que aquella noche nos sacarían, al interpretar erróneamente ciertos avisos de la oficina de la cárcel. Al fin, los titánicos esfuerzos de la mujer de mi compañero lograron para él la conmutación y, de rechazo, para mí.
-¿De qué manera han influido esos años en su vida y en su obra?
-Sin duda muy profundamente. Todo escritor se alimenta de sus experiencias, si éstas no lo hunden. Y todo hombre. En ese sentido, ya que no me hundieron, considero aquellas tremendas experiencias como impagables y fortalecedoras. Y creo que, en los años de reclusión, dos cosas sobre todo mantuvieron mi moral y mi esperanza: una, la de mi incansable trabajo político, al que los partidos procedían más o menos y el mío de manera particularmente coherente; la otra, mi constante ejercicio del dibujo -y de algunas acuarelas-, con el que hice, sobre todo, innumerables retratos de compañeros. No así -salvo el de un médico- de ninguna autoridad de las prisiones, aunque no faltó más de uno que me lo pidiera y que no salió de su asombro -y, a veces, de su rencor- cuando oyó que me negaba.
-Al salir de la cárcel abandona Vd. pronto su dedicación a la pintura y comienza a escribir teatro...
-En prisión escribí bastantes cosas, pero no literarias. Notas y especulaciones. Sobre todo, acerca de la pintura, que todavía creía ser mi vocación real. En el último año de cautiverio sí pensé que escribiría, pero no lo hice aún. Al salir, me puse a pintar y, poco después, a escribir teatro. La pintura ya no me atrapaba, después de tantos años de no practicarla a fondo. Llegué a cobrar incluso algunos dinerillos que apenas alcanzaban para el tabaco, el café o el cine, pero sin ilusión ya por los pinceles. Algo después de obtener mi primer premio teatral, los abandoné definitivamente.[...]