miércoles, 11 de abril de 2012

DAR RAZONES: BASE DE LA ARGUMENTACIÓN


Viñeta de B. Erlich en El País (12-4-2010)
 El filósofo y escritor Fernando Savater ha reflexionado en varias de sus obras acerca de la importancia de la argumentación. Hace unos años publicó un artículo periodístico, titulado "Dar razones", en el que hacía hincapié en la necesidad de mantener la opinión personal con pruebas y razones sólidas, porque si no es así son inviables el diálogo y el debate, básicos en todo sistema democrático. Fundamentar adecuadamente las tesis es, además de prueba de racionalidad, vital en cualquier texto argumentativo. Por contra, el menosprecio de la argumentación (actitud vigente hoy, según el autor) resulta preocupante porque lleva al dogmatismo o al "pensamiento único" (ver la viñeta de Elrich). Debemos aprender a "dar razones" (variadas, contrastadas,  fundamentadas) en los textos argumentativos que vayamos escribiendo.
En este fragmento del artículo mencionado, ejemplo también de texto argumentativo, Savater ridiculiza a quienes se niegan a razonar.

El menosprecio de la argumentación me resulta uno de los rasgos más inquietantes de nuestra cotidianidad. Opinas y te dicen: Eso es muy discutible. Ofreces tus razones y no las discuten, sino que te contestan: De modo que está usted de acuerdo con Fulano, al servicio de Zutano, se ha cambiado de chaqueta, etcétera. Los más belicosos rugen: ¡Eso lo dirá usted! Aceptas entonces que, en efecto lo que tú dices lo dices tú y no el Espíritu Santo, pero que aun así quisieras que refutasen tus argumentos o al menos los discutieran honradamente. Te responden: Usted tiene su opinión y yo la mía. Celebras tal disparidad e insinúas que supone una buena ocasión para aportar motivos inteligibles que sustenten una u otra, de modo que podamos ambos elegir finalmente la mejor fundada. El otro se indigna: él no es de los que están dispuestos a cambiar su forma de pensar por algo tan trivial como dos o tres razones. Él es como es y piensa lo que piensa: de hecho, siempre ha pensado así (en España hay auténtica veneración por la gente que siempre ha pensado lo mismo, es decir, que siempre ha dicho lo mismo sin pensarlo nunca). Suele concluir triunfante: Yo tengo tanto derecho como usted a pensar como quiera. Más vale no decirle que, en cuestión de opiniones, lo que importa no es el obvio e indiscutible derecho a mantenerlas, sino las no tan obvias y muy discutibles argumentaciones que hacen racional su mantenimiento.